El Samurái Que Atacó Estados Unidos
El 9 de septiembre de 1942 el sargento especialista y aviador de la Armada Imperial japonesa Nobuo Fujita, de 31 años, trepaba a la carlinga de su aeroplano, con cierta dificultad, pues ceñía espada de samurái, era muy consciente de que estaba haciendo historia. No estaba sobre una pista de aterrizaje, sino sobre un submarino flotando en el Pacífico, cerca de las costas de Estados Unidos.
Acercase con un portaaviones a las costas americanas significaba correr el grandísimo riesgo de que fuera hundido, por lo que el único barco que se podía acercar los suficiente era un submarino.
Es así que el Comando Estratégico nipón pergenia una forma de lograr un ataque en el propio territorio de los Estados Unidos. Se diseñó un hidroplano desarmable, capaz de ser transportado en un submarino, junto con su rampa de lanzamiento. El plan, que a los ojos de hoy nos parece de fácil realización, para la época era casi material de ciencia ficción. La misión asignada consistia en llegar a las costas de Oregon, lanzar bombas incendiarias sobre el bosque en el pueblo de Brookingse, e indirectamente tocar un objetivo militar.
Su nave, que permitía un piloto y un navegante de reconocimiento Shoji Okuda, quien moriría en acciones futuras, era más parecida a un planeador que a un bombardero, y en cuanto a daños a la instalación militar, sólo se trató de la destrucción de una cancha de baloncesto.
Fujita continuó volando desde submarinos hasta que fue transferido a un sitio de entrenamiento de kamikazes. En 1962, el viejo piloto reconvertido en comerciante de metales recibió una invitación para viajar a Brookings.
Con cierta reserva aceptó la invitación aunque temiendo que fuera para juzgarle por crímenes de guerra, se llevó su espada, por si había que hacerse el haraquiri.
Con gran sorpresa por su parte, le recibieron con simpatía, tanta que decidió regalar al pueblo el sable de su familia el que llevó en sus vuelos, que se exhibe en el Ayuntamiento de la localidad. Fujita regresó varias veces al pueblo, del que fue nombrado ciudadano honorario, e incluso volvió a volar sobre los parajes de su ataque y plantó un árbol, un retoño de secuoya, en el lugar exacto donde cayó una de sus bombas. En 1997, cuando Fujita murió de cáncer de pulmón, su hija Yoriko enterró parte de sus cenizas entre los bosques que el samurái aviador quiso un día incendiar.