Muchos escritores han dedicado páginas al relato de las peripecias de los fareros o a aventuras románticas relacionadas con estas estructuras y quienes trabajan en ellas. Ayudantes de sobrevivencia de navegantes y embarcaciones, los faros han mantenido un gran prestigio a través de los tiempos. Su patriarca, el Faro de Alejandría, iluminó desde los remotos tiempos de la civilización egipcia, el rumbo seguro de las naves a su destino.

Pero los faros tienen también otra faceta, directamente vinculada a su función. Se construyen en puntos de riesgo para navegación , previniendo de restingas y bajíos y dando información para marcar posición de un navío.
Prácticamente el 100 % de los faros del mundo han completado su función con señales de radio que los identifican y transmiten otras informaciones importantes para la navegación.
Sin embargo, aún hay faros a los que no ha llegado el automatismo y la presencia del hombre continúa siendo necesaria para mantener sus instalaciones y asegurar un buen funcionamiento. La maniobra de cambio de personal, a veces, puede tornarse complicada.
 
El Faro de Kereon es un faro del litoral de Bretaña, en Francia. Se encuentra en un arrecife del Iroise, en el Estrecho de Fromveur, entre la isla de Moléne y la isla de Ouessant, en el Departamento de Finisterre. Se construyó 1907 y 1916.
Las costas de Bretaña son renombradas por la intensidad de sus mareas y la violencia del oleaje durante los temporales que azotan frecuentemente a esas costas.
Fué automatizado en el año 2004 para evitar el tipo de maniobras a las que obligaba el cambio de turno del personal a cargo.