Después de los sucesos anteriores, los españoles empezaron a levantar una muralla de ocho metros de altura alrededor de Campeche. Tardaron muchos años en construirla pero, cuando estuvo terminada, ningún otro pirata pudo entrar.
La verdad es que por estos rumbos hubo tantos piratas y tantas historias de piratas, que podríamos pasarnos días enteros recordando sus aventuras.
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Algunos eran muy impresionantes y muy teatrales. Como el pirata inglés Barbanegra, que tenía una barba larga y negra, la cual peinaba en trenzas, enrollándoselas alrededor de las mejillas y de las orejas. Usaba un gorro de pieles cuyo color era negro, por supuesto. Y cuando subía a bordo de una nave capturada, el feroz pirata se colocaba cuatro velas encendidas en el ala del sombrero. Con este aspecto causaba un miedo tremendo a sus prisioneros, que acababan entregándole todo lo que poseían y contestando a sus preguntas sin ocultar nada.
También hubo un pirata muy bromista. Se llamaba Juan Lafitte y se creía el amo de todo el Golfo de México. En cierta ocasión en que el gobernador de Luisiana, cansado ya de soportar sus piraterías, ofreció una recompensa de 5 000 dólares por su cabeza, Juan Lafitte respondió ofreciendo 50 000 por la cabeza del gobernador. |
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Un pirata totalmente diferente fue Bartolomé Robert, a quien todos llamaban "El Bello". Era corpulento, moreno, guapo. Vestía ropas lujosas, llevaba al cuello una cadena de oro con una cruz de diamantes y lucía un sombrero ancho con una pluma roja. Al desembarcar en un pueblo, Bartolomé el Bello hacía desfilar a sus compañeros por las calles principales. Luego entraba él y se hacía entregar las llaves de la ciudad, como si en verdad fuese un huésped de honor o un invitado especial. Finalmente, capturaba a los hombres más fornidos y los obligaba a convertirse en piratas.
Cuando Bartolomé el Bello murió, su cuerpo vestido de púrpura y encajes fue arrojado al mar. Así lo había ordenado él, que fue el más elegante de los piratas.
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